Como es habitual al final de cada año, abundan en estos días los recuentos de lo que ha sucedido durante los últimos doce meses. Esos relatos de acontecimientos pasados aportan poco que los lectores no sepan, salvo casos aislados de noticias que en su momento ellos pasaron por alto debido a que estaban de viaje, muy ocupados en sus faenas diarias, o por cualquier otra razón. De todos modos, a pesar de no ser novedosos ni reveladores, esos recuentos se siguen haciendo, acompañados de opiniones, a veces interesadas, acerca de los propios eventos o sus protagonistas.
De cierta utilidad es examinar cómo lo ocurrido se compara con lo que al inicio del año se esperaba. Cosas imprevistas habrán tenido lugar, y las que se habían anticipado pueden haber sucedido de forma distinta, se excedieron o quedaron por debajo de las expectativas.
En el plano económico podemos decir que lo sucedido ha superado las expectativas iniciales, en materia de empleo, recaudaciones de impuestos, intercambio comercial, remesas recibidas y crecimiento de la producción. Hasta el turismo, vapuleado por las restricciones establecidas por otras naciones, ha mostrado una recuperación vigorosa. Tal ha sido el desempeño registrado, que las tres principales agencias calificadoras mejoraron su pronóstico respecto del país, a pesar de que no se materializó el propósito de poner en marcha una reforma fiscal, retraso éste normalmente asociado con deterioros en las evaluaciones. De especial importancia ha sido el grado de diversificación de las fuentes de ingresos de divisas, un componente clave debido sobre todo al alto porcentaje de los compromisos en dólares dentro del total de la deuda pública.
Menos halagadora ha sido la tendencia inflacionaria, atribuida por las autoridades a causas temporales externas, al ser nuestro país puntero entre los integrantes del DR-Cafta. Y en lo que toca al sector eléctrico, las transformaciones requeridas siguen estando en el futuro.
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