Por las debilidades que venían arrastrando desde antes, las economías latinoamericanas fueron severamente golpeadas por la pérdida de puestos de trabajo derivada de la pandemia. Una recuperación parcial de los empleos ha tenido lugar este año, sin haber podido retornar a los niveles prevalecientes en el 2019. En nuestro país, que figura entre los que mejor desempeño han mostrado, la reintegración ha sido casi total, a pesar de que la composición ha tenido variaciones, y de que un segmento puede haber optado por ocupaciones por cuenta propia, o haber dejado de buscar empleos. En todo ese proceso el sector informal, por igual duramente golpeado, actuó como un receptor de trabajadores suspendidos o cesantes.
En la región, los avances logrados han sido muy dispares, según señala el último informe conjunto de la CEPAL y la Organización Mundial del Trabajo. No sólo la tasa promedio de desempleo continúa estando un 1.7% por encima de la anterior a la pandemia, sino que su distribución revela que han sido los empleos de más baja remuneración y menor productividad los más perjudicados. Esa desigualdad condujo a un curioso incremento transitorio de la productividad promedio en algunos sectores, derivada de la merma laboral en los trabajos de menor calificación. Dada la vinculación entre tipo de trabajo y nivel educativo, las personas menos educadas fueron más afectadas por los despidos y suspensiones, y tuvieron más dificultad para trabajar de forma remota.
La diferencia en el impacto se observa también en las cifras segregadas por género y edad, los más lesionados son los jóvenes y las mujeres. La incidencia promedio sobre estas últimas fue un 25% superior a la registrada para los hombres, lo que se reflejó en una tasa de desempleo que fue 3.4 puntos porcentuales más elevada.
El efecto de esas disparidades se agravó debido a los aumentos de precio ocurridos este año, aquí y en otros lugares, los cuales tienden a deprimir el ingreso personal real.
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