Con la economía dominicana que crece muy por encima del promedio de la región latinoamericana, el Banco Central consideró apropiado incrementar de nuevo la tasa de interés de referencia, la segunda vez en pocas semanas. Las señales de que convenía hacerlo estaban presentes desde hace algún tiempo. Una de ellas es la inflación, cuya persistencia ha sido más prolongada de lo que inicialmente se había estimado, y ahora es aparente que se extenderá más allá del primer trimestre de este año, y gravitan sobre ella factores externos fuera de nuestro control.
También pudo pesar en la decisión del Banco Central la existencia de una incipiente tendencia alcista en el valor del dólar expresado en pesos, la que podría influir sobre las expectativas de inversionistas, empresarios y consumidores, lo que habría implicado un retroceso en la percepción de estabilidad, algo lamentable dado el éxito logrado en cambiar los pronósticos de inestabilidad cambiaria surgidos al comienzo de la pandemia. A lo largo de los años, el Banco Central ha dado amplias muestras de estar muy consciente de la importancia de mantener las expectativas alineadas con la estabilidad cambiaria, tomando en cuenta que con sus determinaciones los agentes económicos tienen la capacidad de convertir en realidad lo que piensan que va a suceder, y conociendo además la gran incidencia en nuestra estructura económica del tipo de cambio sobre el nivel de los precios de los bienes y servicios.
Aunque los aumentos en la tasa de interés se reflejan en el costo de los financiamientos y, por ende, en el dinamismo de las actividades económicas no luce probable que en este caso corramos el riesgo de detener la notable recuperación que hemos logrado. Lo que debemos procurar es precisamente evitar que el crecimiento se perjudique como consecuencia de mayores incrementos en el costo de la vida, combinado con variaciones desfavorables en el grado de confianza que nuestra economía inspira.
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