Muchos venezolanos celebraron sus fiestas de Navidad y Año Nuevo en su país con una amplia disponibilidad de productos. Luces de colores y decoraciones diversas iluminaron y adornaron las fachadas de casas, tiendas y oficinas. Acompañadas por vibrantes ritmos musicales, las comidas y bebidas animaron los encuentros de amigos y familiares. Y no faltaron tampoco los regalos a niños y relacionados.
Ese cambio tan radical respecto de la gran escasez que hasta hace poco tiempo existía, no se debió a algún inesperado fenómeno de la naturaleza. Su causa fue el dólar estadounidense, algo irónico en vista de la hostilidad del régimen bolivariano hacia lo que describe como el imperio responsable de todas las vicisitudes de los venezolanos.
El rol del dólar fue racionalizar el sistema de precios a través del uso de una moneda con un poder adquisitivo estable. Luego de varios reemplazos y cambios de nombre, el bolívar persiste como medio de pago para transacciones oficiales y subsidiadas, pero es el dólar el que se emplea para la generalidad de las compras y ventas de bienes y servicios. El propio gobierno provocó esa situación al utilizar el bolívar como instrumento de sus políticas sociales, asignándole valores alejados de su valoración real de mercado.
Pero para el régimen bolivariano la ironía no se limita a que la moneda empleada sea la de su principal contrincante. Se estima que varios miles de millones de dólares en billetes circulan actualmente por la economía venezolana. Ya que esos billetes son una deuda de la Fed, el banco central de los EE.UU. que fue el que los emitió, su retención y empleo por los venezolanos equivale a un préstamo gratuito otorgado por Venezuela a su poderoso rival.
Por supuesto, el uso del dólar no ha sido una cura mágica para todos los problemas. Los segmentos de la población venezolana sin acceso a dólares continúan enfrentando dificultades para cubrir sus necesidades, y dependen para subsistir de los programas de ayuda gubernamentales.
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