Supongamos que un pequeño fabricante de dulces caseros quiere que su negocio crezca. Está convencido de que sus productos son buenos, pues utiliza los mismos métodos y recetas que vio a su abuela usar. Para tener éxito, sin embargo, debe darlos a conocer. Carece de recursos para pagar una campaña de publicidad y mercadeo, pero si pudiera lograr que una gran cadena de supermercados, como la Sirena o el Nacional, le diera cabida en sus anaqueles, podría llegar hasta los consumidores, quienes de seguro quedarían cautivados por los dulces desde la primera vez que los probaran. Pero aún si lo consigue le queda el problema de recorrer los establecimientos, reabasteciéndolos y vigilando que sus productos estén colocados de forma visible y apropiada. Hacer su propia distribución puede ser costoso y quitarle el tiempo que debe dedicar a la fabricación, que es lo que sabe y le agrada hacer.
Numerosos productores no llegan a despegar por falta de acceso a los consumidores, quedando limitados a un círculo de vecinos, amigos, familiares o compañeros de oficina. No sólo dulces, como en el párrafo anterior, sino artesanías, perfumes, bebidas y muchos otros artículos de diversos tipos. La solución a su problema puede estar en los corredores de productos, compañías que por una comisión se encargan de abrirles espacio en los tramos de las tiendas. En mercados más desarrollados los hay de ámbito general, o especializados en determinadas clases de productos. Algunos son locales o regionales y otros operan a nivel nacional e internacional. No reemplazan las marcas con las suyas propias, pero suelen requerir estándares de empaque y volúmenes mínimos, y descartan los artículos no exitosos.
El número de estos corredores de productos se ha reducido en los grandes mercados. A medida que las cadenas de tiendas se han ido consolidando y prefieren trabajar con pocos corredores, ellos también se han ido consolidando.
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