La intervención rusa en su vecina Ucrania fue decidida por el presidente Putin. Una mezcla de encono, nostalgia y mesianismo animó su determinación de reivindicar áreas que, en su opinión, fueron históricamente parte de Rusia. Lo hizo no sólo porque quiso, sino porque tenía el poder para hacerlo.
Esos acontecimientos pueden servir como un ejemplo de la incidencia del nivel de autoridad sobre el comportamiento de otras clases de organizaciones. En un contexto más amplio, puede ser aplicado a empresas y sus estrategias.
El nivel de autoridad de que dispone un dirigente empresarial proviene de muchos factores. Es notorio el caso de los fundadores de compañías, quienes aún después de que éstas se diversifican e incorporan nuevos accionistas, tienden a conservar posiciones que les otorgan facultades especiales. Conocidos son también los casos de empresas con una gran dispersión en la composición de sus estructuras de capital, en las que las juntas directivas poseen un alto grado de discrecionalidad, que les confiere la potestad de conseguir la aprobación de sus iniciativas.
Lógicamente, poseer un vasto nivel de autoridad no implica que las decisiones que sean tomadas serán necesariamente erradas. Con frecuencia puede ser lo que una empresa requiere para poner en marcha cambios imprescindibles para adaptarse a nuevas situaciones. Pero en algunas ocasiones puede dar paso a que los ejecutivos embarquen a las compañías en proyectos, acuerdos, inversiones, ventas o adquisiciones que involucran cuantiosos recursos y comprometen sus futuras actuaciones.
Establecer límites a la autoridad gerencial es un ejercicio propio de cada empresa, el cual varía con el sector en que desarrolla sus operaciones, y es condicionado por el tipo de competencia que debe enfrentar. Envuelve alcanzar un equilibrio entre conferirle una adecuada capacidad y agilidad de respuesta a amenazas y oportunidades, y limitar sus atribuciones para asumir riesgos considerados como excesivos.
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