Días helados en Valle Nuevo, naranjas congeladas en la Florida, ventisca huracanada en la costa este de los EE.UU., nevadas copiosas en Europa. Cualquiera diría que el alegado calentamiento global es sólo un cuento de camino. Uno de esos vaticinios alarmistas de los que algunos se benefician, como aquel de los relojes de las computadoras al aproximarse el año 2000. Para los escépticos del cambio climático, la evidencia de lo ocurrido en este invierno del hemisferio norte demuestra que los temores acerca del futuro del planeta han sido exagerados o, peor aún, motivados de forma malintencionada.
Nos gustaría que así fuera, ya que nuestro país, por su ubicación geográfica y su condición insular, es parte del grupo de naciones más expuestas a las consecuencias del aumento global de la temperatura. Sería deseable que ese peligro hubiera sido sólo un sobresalto innecesario resultante de especulaciones científicas infundadas.
Lamentablemente, ese frío invernal es consistente con el calentamiento global, las variaciones en la circulación atmosférica y el deshielo en las regiones polares. Lejos de indicar que las advertencias de los expertos son falsas, prueba que son correctas, y que la velocidad de las transformaciones es mayor que la calculada inicialmente.
Ante esa situación, podríamos preguntarnos qué podemos hacer al respecto. Es una pregunta que la mayoría de nosotros no nos planteamos, quizás por entender que es muy poco lo que podemos hacer, o porque consideramos que toca a los países ricos buscar una solución, ya que son los que tienen el dinero y la tecnología para enfrentar el deterioro que ellos mismos crearon en el pasado. Probablemente pensamos que lo que podríamos aportar sería insignificante, y que dadas las dificultades que ya tenemos con nuestros propios problemas cotidianos, sería ilógico complicarnos más la existencia preocupándonos por cosas como reemplazar nuestra flota de vehículos, o dejar de usar carbón para generar electricidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario