Dada la afición que existe aquí en relación con los temas políticos, los discursos presidenciales más esperados son aquellos que los mandatarios pronuncian en medio de las campañas electorales. El del pasado 27 de febrero, en cambio, tuvo lugar lejos del fragor electoral, por lo que la atención estuvo centrada en los aspectos económicos.
El tono usualmente optimista de esos discursos no estuvo ausente en las palabras del presidente Abinader, comenzando por su declaración de haber derrotado al virus de la pandemia y retornado el país a la normalidad, siguiendo con su descripción de la economía dominicana como la más dinámica de Latinoamérica, ejemplo a ser imitado por las demás naciones de la región. Sus numerosas menciones de los diversos logros alcanzados fueron acogidas con aplausos entusiastas.
El presidente, no obstante, coincidió con la población al indicar que la inflación era la principal preocupación en el ámbito económico, la cual atribuyó al costo del petróleo y otras causas externas. La estrategia que presentó radica en el aumento de los subsidios al gas propano, alimentos, insumos agrícolas y otros bienes de primera necesidad. El razonamiento implícito en esa estrategia es que si la inflación es importada, y no podemos evitar que los precios suban en los mercados internacionales, el camino que queda abierto es el de moderar sus consecuencias sobre los sectores sociales más vulnerables.
Es evidente, sin embargo, que la concesión de subsidios envuelve un alto costo de oportunidad en países subdesarrollados como el nuestro. En vista de la limitación en los recursos fiscales, los subsidios absorben fondos que podrían haberse destinado a otros fines, tales como servicios públicos esenciales e inversiones reproductivas. Ante el reto que el petróleo representa, se requiere de un programa agresivo de ahorro de combustibles, incluyendo, además del transporte colectivo, la racionalización del transporte vía el escalonamiento de los horarios.
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