Ser sede de un equipo deportivo profesional de alto nivel es motivo de orgullo para las ciudades que los acogen. Por igual, y en sentido contrario, perder uno de esos equipos constituye un golpe para dichas localidades, razón por la que tratan de evitarlo por todos los medios a su alcance, bastando en ocasiones la amenaza de un traslado para extraer concesiones de las autoridades en forma de exenciones, subsidios e inversiones. Si la mudanza se lleva a cabo, los más perjudicados son los asiduos partidarios del equipo, quienes con frecuencia no son tomados en cuenta y a veces son los últimos en enterarse de lo que va a ocurrir.
Al fin y al cabo, los deportes profesionales son un negocio que debe producir beneficios para los propietarios de los equipos. Hay casos, como sucedió con los Angelinos de California y su fundador, el famoso vaquero del cine Gene Autry, quien durante más de 30 años mantuvo ese equipo de béisbol operando sin ganar ninguna serie mundial, satisfacción que correspondió a su viuda recibir en el 2002. Pero esos casos son raros y usualmente presagian declives futuros, en la medida en que no pueden competir con otras franquicias en la contratación de grandes estrellas que atraen público a los estadios. En ese sentido se observa una relación entre la pujanza económica de la ciudad sede, su mercado de derechos de transmisión y el monto de la nómina de los jugadores.
La prosperidad por sí sola, sin embargo, no garantiza el éxito financiero de los equipos. Un ejemplo de ello son las ciudades con un elevado porcentaje de población flotante, y cuya actividad económica depende mucho del turismo. Sin una vinculación directa con los equipos, los visitantes no suelen dedicar parte de su tiempo a verles jugar, salvo casos muy singulares de grandes luminarias del deporte. Así pasó con los Marlins de la Florida, cuyas proyecciones originales asumían que serían muy atractivos para los latinoamericanos que llegaban a Miami, quedando por debajo de los estimados.
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