Llama realmente la atención. Cuando alguien está aguardando que le den una noticia, lo normal es que desee que ésta sea buena. Si por el contrario ansía que sea mala, las demás personas que observan su preferencia pueden calificar su comportamiento como anómalo, y es posible que le recomienden, a él o ella o a sus familiares, que le busquen algún tipo de ayuda psicológica.
El predominio de la política monetaria posterior a la gran recesión del 2008 fue reforzado por la pandemia. Ingentes cantidades de dinero fueron emitidas y puestas a circular alrededor del mundo, provocando que las tasas de interés dejaran de reflejar la productividad de las actividades financiadas. El valor de las acciones pasó a depender más de las decisiones de los bancos centrales, en particular la FED, el banco central de los EE.UU., que de las perspectivas de crecimiento de la economía.
Como la política monetaria expansiva era justificada como un medio para estimular dicho crecimiento, las buenas noticias acerca del PIB, el nivel de empleo y las intenciones de gasto e inversión, se convirtieron en indicadores de probables reducciones o ceses de los estímulos. Y esa conexión entre las noticias y las medidas monetarias se acentuó cuando la política se tornó restrictiva, vía aumentos sucesivos en las tasas de interés, por causa de la necesidad de combatir la inflación.
El mercado de acciones quisiera ahora que las noticias no fueran tan buenas, y un ejemplo de ello son los reportes sobre el desempleo. Dado que para subir los intereses la FED ha tomado en cuenta que la creación de empleos se mantiene muy elevada, el mercado aguarda con inquietud las cifras a ese respecto, deseando que dejen ya de mostrar tanto vigor.
El mercado, no obstante, actúa racionalmente y no requiere de auxilio psicológico. Simplemente responde a las condiciones surgidas de una expansión monetaria que excedió su rango de eficacia, prolongándose más allá de lo que las circunstancias económicas hacían aconsejable.
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