Las personas que habitualmente dejan de pagar sus deudas esperan que dos cosas sucedan. Una de ellas es que el acreedor decida no someterlos a la justicia, sea porque carece de documentos para hacerlo, o por no verse involucrado en una disputa. La otra es que sigan apareciendo incautos que le presten. Lo que pudo haber comenzado como un incidente aislado, quizás provocado por circunstancias adversas en ese momento, puede convertirse en una forma de vida, creando una dependencia del dinero ajeno a la que esas personas no están dispuestas a renunciar.
Los países pueden también acostumbrarse a vivir del crédito, pero no les resulta tan fácil que les perdonen sus deudas, sobre todo si las contrajeron con inversionistas privados, ni tampoco suelen ser tan afortunados como para conseguir nuevos préstamos después de que dejan de pagar los anteriores.
Hay que reconocer que desde hace años los gobiernos dominicanos se han preocupado por mantener al día los pagos de los títulos de deuda que han vendido en el mercado financiero, tanto local como internacional. Como consecuencia de ello el país ha merecido una buena calificación crediticia, que se refleja en la diferencia entre la tasa de interés que tiene que pagar por sus bonos en comparación con la que paga el gobierno estadounidense. En efecto, nuestro margen cercano a 3.5, es decir, 3.5% por encima de la tasa de los bonos del Tesoro de los EE.UU., está alrededor de 0.5 por debajo del promedio de la región.
Fuera de Venezuela con su astronómico 400, el mayor margen, y por ende la peor calificación, la tiene Argentina, con una diferencia próxima a 20. Para ese país eso representa un comportamiento recurrente, dada su historia previa de cesaciones de pago de sus obligaciones externas. Habiendo recuperado su crédito durante la administración anterior con la ayuda de los organismos multilaterales, ésta se las arregló para volver a endeudarse y dejar el gobierno en precarias condiciones económicas.
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