En el año 1985 los directivos de la empresa estadounidense Consolidated Foods, que podría traducirse como “alimentos consolidados”, decidieron cambiar el nombre de la compañía, y usar en su lugar el de la marca más exitosa entre las varias que la entidad poseía. Esa marca era Sara Lee, que muchos dominicanos pueden haber visto en los supermercados aquí o en el extranjero. Dentro de su gama de productos, los agrupados en Sara Lee, que en realidad era el nombre de la hija del fundador de una cadena de reposterías que la empresa había adquirido en 1956, era el que contaba con mayor nivel de reconocimiento de parte de los consumidores. Los directivos de la corporación consideraron apropiado aprovechar ese reconocimiento a fin de extenderlo al conjunto de sus operaciones, objetivo valioso para fines de su imagen y del valor de sus acciones.
Los promotores de empresas emergentes se plantean con frecuencia si les conviene ponerles el nombre de sus productos principales. A veces eso sucede debido a que la notoriedad de la empresa provino del producto, como ocurrió con Twitter o Facebook, pero en ocasiones es una decisión deliberada. Sucede también lo opuesto, como fue el caso de Apple, nombre que actualmente identifica sus teléfonos, computadoras y demás productos.
En principio, el propósito debe ser tomar ventaja del valor publicitario del nombre, pero sin vincularse demasiado con un artículo específico. Esto así para evitar que el colapso de un producto, o eventos que manchen su reputación, se reflejen sobre la empresa vía el nombre con el que fue designada. Es más fácil, sin embargo, enunciar esa meta que alcanzarla, pues el reconocimiento público del nombre se transmite de modo espontáneo a las compañías, siendo ejemplos de ello fabricantes de vehículos como Ford y Toyota.
El auge de empresas tenedoras de acciones, propietarias de un conjunto de otras compañías, ha mitigado los riesgos que la identificación con un producto involucra.
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