Como todos los meses de enero durante los últimos 76 años, los científicos a cargo del reloj del apocalipsis fijaron la posición de sus manecillas. En esta ocasión, el reloj rompió todos los récords anteriores, al ser colocado a un minuto y medio antes de las doce de la noche, 30 segundos más cerca que los dos minutos a los que había estado desde el 2020. Dado que la medianoche marca el momento de la destrucción del planeta, que el reloj en el 2023 esté más próximo que nunca antes a esa hora fatídica, no es, obviamente, motivo de regocijo y celebración.
Algunos de los mismos científicos que formaron parte del equipo que logró poner en marcha, en 1942 en la Universidad de Chicago, la primera reacción atómica en cadena controlada, fueron los que comenzaron a publicar un boletín respecto de la amenaza de una conflagración nuclear, que era la preocupación primordial en ese entonces. Inicialmente, el reloj fue sólo un dibujo que aparecía en la portada de esa publicación, pero al poco tiempo empezó a ser movido según el nivel percibido de peligro.
El final de la guerra fría motivó que el reloj fuese situado a 17 minutos de las doce, y sirvió de estímulo para que otros peligros fueran también tomados en cuenta. Notorio entre estos últimos fue el deterioro ecológico y la consecuente elevación de la temperatura global. Por su incidencia gradual, ese deterioro contrasta con el impacto súbito de una guerra atómica, pero son similares en cuanto a su desenlace respecto de la sustentación de la vida en el mundo. En el 2023, sin embargo, como resultado de la crisis de Ucrania, la conflagración nuclear volvió a representar la principal amenaza, la cual afecta también la capacidad y disposición de proteger el medio ambiente.
Curiosamente, un sondeo de opinión revela que los economistas no lucen inquietos por la posibilidad de una guerra atómica, la que consideran muy improbable. Hay que confiar que sean ellos, y no los científicos del reloj, quienes tengan la razón.
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