Si algo funciona bien y ha demostrado ser efectivo, las dudas sobre su conveniencia tienden a disiparse, y quienes vislumbran problemas encuentran difícil conseguir que los demás compartan sus aprensiones.
Por un tiempo, la experiencia de Corea del Sur en cuanto a sus asombrosos avances económicos, y en particular respecto de la creación de un formidable sector exportador, hizo pensar que su trayectoria podía ser emulada por otras naciones subdesarrolladas. El modelo seguido por los coreanos estuvo basado en la formación de grandes conglomerados empresariales, que con el generoso apoyo gubernamental se abrieron paso en los mercados internacionales. Los nombres de esas corporaciones y sus marcas de fábrica pasaron a ser palabras de uso común a nivel mundial, en hogares, oficinas, comercios e industrias. Fue lógico pensar que la ruta recorrida por los coreanos podía servir de guía para otras economías.
Los resultados de investigaciones posteriores permiten cuestionar que las estrategias de exportación basadas en vastos conglomerados sean aplicables en la mayoría de los países en vías de desarrollo. En parte, eso se debe a que el modelo coreano involucra requerimientos institucionales de los que muchas naciones carecen. Esquemas que implican la presencia de una estrecha asociación entre los sectores público y privado, inversiones puntuales en infraestructura, y amplia disponibilidad de crédito en los mercados financieros, pueden no ser consistentes con las condiciones en las que esas otras economías se desenvuelven.
Reforzados por la experiencia china, modelos en base a pequeños exportadores predicen un ritmo de crecimiento de las exportaciones más rápido que el alcanzable con grandes conjuntos corporativos. Como factor determinante, el número de exportadores es más relevante que el volumen por exportador. Las políticas apropiadas para fomentar esos modelos son también diferentes, menos centralizadas, pero más enfocadas en las cadenas de producción.
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