La credibilidad de un diagnóstico médico depende de la reputación del doctor que lo hace. Si ese doctor se ha equivocado anteriormente y sus recomendaciones han lesionado a muchas personas, sus opiniones serán tomadas con mucha cautela.
Las tres grandes agencias calificadoras de deuda incurrieron en notables equivocaciones durante la crisis financiera del 2008, mantuvieron sus buenas calificaciones a instituciones hasta el mismo día en que quebraron, sus honorarios eran pagados por los propios emisores de los valores, y sus juicios causaron grandes pérdidas a los inversionistas. Y luego vino el deterioro global de las calificaciones causado por la pandemia.
¿Cómo es, entonces, que sus opiniones pesan tanto todavía?
Dos razones lo explican.
Una de ellas es que hoy en día sólo una minoría de inversionistas decide por sí misma cuándo, cuánto y cuáles títulos comprar o vender. La mayoría invierte en fondos de diversos tipos que son administrados por profesionales expertos, los cuales podrían querer ignorar las calificaciones de las agencias, pero están restringidos por la forma en que los fondos están estructurados, ya que el inversionista escoge el fondo según el nivel de riesgo que desee correr. Eso significa que cuando la calificación de un título es rebajada, hay fondos que los venden pues superan el tope de riesgo admisible para ellos.
La otra razón es que las ganancias de los fondos y sus administradores son afectadas por las variaciones en el valor de mercado de los títulos que ha comprado. Si el precio de venta de un título que posee se reduce porque su calificación baja, disminuye el valor patrimonial del fondo, aunque no hayan cambiado sus expectativas de ingresos por esa causa. Los administradores están, por lo tanto, muy pendientes de lo que las calificadoras dicen, pues saben que otros fondos comprarán o venderán según sea la calificación otorgada, contribuyendo a que el pronóstico de la agencia se convierta en realidad.
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