La gran mayoría de los analistas económicos no creen que las dificultades por las que bancos estadounidenses y europeos han atravesado, vayan a reflejarse sobre otras naciones y provocar una crisis importante. Ven esos problemas como episodios aislados, resultantes de debilidades peculiares de las entidades afectadas. Y consideran que las medidas de contención tomadas por las respectivas autoridades han sido suficientes para prevenir contagios a otros sectores. Si los bancos cuentan con suficiente liquidez y no tienen que recurrir a la venta de los valores que tienen en su cartera, las disminuciones en la valoración de mercado de dichos valores debido a las alzas en las tasas de interés, no se transformarán en pérdidas reales que incidan sobre su patrimonio y su rentabilidad.
Pero esa creencia no significa que los pronósticos sean risueños. Persiste una sensación de intranquilidad causada por las características de las dificultades. Existe, en efecto, una especial aprehensión proveniente de que no se conocen a cabalidad la efectividad y los efectos secundarios de las políticas aplicadas. Esto así porque desde el punto de vista de cada país en particular, eventos externos fuera de su control poseen una elevada cuota de responsabilidad por lo que está ocurriendo en sus economías. En ese sentido, la selección de políticas equivale a un ejercicio experimental, sujeto a altos márgenes de error en cuanto a su capacidad de lograr los objetivos buscados con su aplicación.
Debido a esa incertidumbre, los pronósticos han sido revisados frecuentemente, según cambian los estimados calculados. Y dado que una gran porción de dichos eventos externos responden a procesos y decisiones políticas, se reduce la posibilidad de elaborar proyecciones fidedignas en base a las tendencias económicas, teniendo que admitir la presencia de criterios que no necesariamente se rigen por parámetros consistentes con la lógica económica. La calma, por lo tanto, no despeja la inquietud de los analistas.
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