Durante años, décadas realmente, el bajo nivel relativo de las reservas internacionales netas del país gravitó como un punto oscuro sobre las evaluaciones de los analistas de crédito. Por diferentes razones, la economía dominicana parecía incapaz de generar dólares suficientes para poder acumular un monto adecuado en relación con la cuantía de sus importaciones. Otros indicadores del desempeño podían ser satisfactorios, entre ellos el crecimiento del PIB y la tasa de inflación, pero cuando se examinaban las reservas, los elogios terminaban.
Dado el elevado grado de apertura externa de nuestra economía, contar con bajas reservas de divisas significaba que el país estaba expuesto a las fluctuaciones en la entrada de dólares. Dicho de otro modo, si ocurría un descenso en la llegada de dólares, las autoridades corrían el riesgo de no poder suplir la cantidad de ellos requerida para mantener la estabilidad del valor del peso. Afortunadamente, las medidas de política monetaria que fueron aplicadas en años recientes consiguieron preservar la estabilidad, pero no hay duda de que la limitación en el monto de las reservas complicó el panorama, y redujo la flexibilidad para adoptar políticas favorables a la expansión de la producción de bienes y servicios. Fue notable, y hasta cierto punto sorprendente, que a pesar de esa limitación el Banco Central lograra que sus declaraciones ejercieran un efecto consistente sobre la formación de las expectativas de los productores, inversionistas y consumidores.
La posición de las reservas del país ha variado. Las cifras oficiales indican que al cierre del 2022 las reservas netas alcanzaron su mayor nivel histórico, equivalente a casi seis meses de importaciones. El turismo y las remesas fueron fuentes claves de la entrada de dólares, apoyados por las exportaciones de bienes y las inversiones extranjeras, siendo su contribución particularmente significativa en vista de las dificultades que prevalecen en el entorno económico internacional.
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