Un senador republicano de los EE.UU. comparó el impacto potencial de la inteligencia artificial con el que tuvo el desarrollo de la bomba atómica. Si fuéramos a juzgar esa comparación, tendríamos que calificarla como exagerada y equívoca. Después de todo, la inteligencia artificial no es un arma de destrucción masiva y puede traer consigo grandes beneficios para la humanidad. Pero, pasando por alto esas obvias diferencias, la expresión del senador revela la existencia de una gran inquietud acerca de las implicaciones que tendrá en el futuro cercano.
Lamentablemente, las mayores preocupaciones parecen estar relacionadas con asuntos militares y de seguridad. Es comprensible que así sea, dados los episodios reportados en cuanto a intrusiones en procesos electorales, robos de informaciones, delitos cibernéticos, sabotaje a sistemas de comunicaciones y otros eventos igualmente peligrosos, algunos de ellos mantenidos en secreto por los gobiernos, empresas y organizaciones afectados. Las consecuencias económicas, no obstante, pueden ser aún más trascendentales, y tan desestabilizadoras como las que pueden tener lugar en el ámbito de la defensa y la seguridad.
La causa por la que la economía no ocupa todavía el primer lugar en la atención de los políticos estadounidenses, es que hay una gran incertidumbre al respecto. Se menciona la pérdida de centenares de millones de empleos, caídas en la demanda agregada por bienes y servicios, mermas de recaudaciones fiscales, dislocaciones en la jornada laboral, mayor desigualdad en la distribución del ingreso, alteraciones en las inversiones y el comercio internacional, quiebras de pequeños negocios, y varias otras transformaciones y calamidades. Pero no se sabe cómo, dónde y cuándo todo eso ocurrirá primero.
Lo que parece ser cierto, y fue reconocido por los senadores de los EE.UU., es que la velocidad de los cambios excede la capacidad de reacción de los gobiernos. Las autoridades estarán uno o varios pasos por detrás de los acontecimientos.
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