En base al concepto de oferta y demanda, uno de los más venerados por los economistas, la inmigración debería provocar un descenso en el nivel de los salarios en el país receptor. El razonamiento que conduce a esa conclusión es bastante simple y directo. Si aumenta la oferta de trabajadores como resultado de la llegada de los inmigrantes, es de esperar que el salario, que es el precio que los empleadores pagan por el trabajo que contratan, disminuya. Un efecto opuesto se presume que ocurriría si en lugar de entrar personas al país, salieran como emigrantes hacia el extranjero.
Pero no todos los mercados son igualmente simples, y el laboral es particularmente complejo.
Hay que comenzar reconociendo que el producto, en este caso el trabajo, no es homogéneo. Dependiendo de la calificación de los inmigrantes que arriben al país, sólo algunas categorías de servicios laborales verán la oferta de trabajadores aumentar, lo que confina los efectos directos a esos segmentos del mercado.
Más interesantes aún son los efectos indirectos, especialmente cuando los inmigrantes son poco calificados. Estudios realizados en diversos mercados revelan que la presencia de los inmigrantes hace reducir las inversiones en bienes de capital, como son maquinarias y equipos, si dicha presencia se considera permanente o recurrente. Es decir, a los empleadores en sectores que requieren mano de obra de baja calificación, les resulta más barato utilizar el trabajo de los inmigrantes que asignar recursos para tecnificar sus operaciones. La consecuencia es que la demanda de bienes de capital es menor, y mayor la de trabajo, que lo que habrían sido en ausencia de la inmigración. Ese efecto hace que el descenso esperado en los salarios no ocurra o sea menos intenso.
Se ha constatado, sin embargo, otro efecto indirecto. Por la menor inversión en capital, el incremento en la productividad a mediano plazo de ese segmento laboral tiende a ser inferior debido a la inmigración.
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