Los economistas son asiduos partidarios de las proyecciones, aunque algunos procesos no se acomoden con facilidad a los métodos cuantitativos comúnmente utilizados con ese propósito. A pesar de esa dificultad, la importancia de ciertos asuntos hace necesario que se intente prever lo que sucederá en relación con ellos.
Entre esos temas difíciles pero vitales se encuentra la viabilidad funcional de las ciudades. Acogiendo éstas ya a la mayor parte de la población dominicana, y siendo la sede de la mayoría de las actividades productivas, las zonas urbanas desempeñan un papel fundamental en la vida nacional.
Hay que reconocer, lamentablemente, que las perspectivas de la capital de la república no son prometedoras. De hecho, luce más bien como si estuviera en camino a un colapso en un porvenir no muy lejano, resultante de problemas estructurales que no hemos sido capaces de resolver.
Lugares destacados los ocupan asuntos como el tránsito, la seguridad y el agua. Todo indica que las dificultades y carencias asociadas con ellos empeorarán en el futuro, en lugar de mejorar. Es una visión poco optimista, basada en los datos con que se cuenta y las percepciones de los afectados. Con el transcurso del tiempo, la duración promedio de los recorridos se está alargando, la delincuencia condiciona y restringe más la forma en que vivimos, y las disponibilidades sustentables de agua potable por persona decrecen.
Contribuye al deterioro la inclinación por buscar soluciones poco costosas y de rápida implementación, o bien soluciones apropiadas pero que son aplicadas sólo de modo parcial. En cuanto al tránsito, por ejemplo, poner calles de una vía no va a cambiar la realidad de que mientras se eleva la densidad habitacional, la cantidad de vehículos circulando y la demanda insatisfecha por parqueos, el ancho y conectividad de las calles siguen inalterados. Y el metro, que aunque es costoso sí aporta mejoras duraderas, continúa teniendo un alcance limitado.
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