Desde nuestra perspectiva como país importador de ambas clases de productos, vemos los incrementos ocurridos en los precios de los alimentos y los combustibles como si fueran un solo problema que nos afecta. Los dos son esenciales para nosotros, provocan inflación, inciden sobre el gasto público, presionan el tipo de cambio del peso con el dólar, y sus alzas de precio son causadas por eventos sobre los que no podemos influir. Pero aunque los veamos como parte de un conjunto, en realidad son el resultado de procesos diferentes que han coincidido y actuado simultáneamente, lo que implica que las condiciones actuales pueden cambiar de forma distinta en un caso y en el otro.
En lo que concierne a los acontecimientos en Ucrania, existe la posibilidad de que la intensidad del conflicto disminuya significativamente luego de que los rusos consoliden su control sobre la zona oriental del país. Podría tener lugar entonces una modificación en las características de las operaciones militares, tan súbita e inesperada como sucedió en su inicio, que crearía condiciones propicias para la normalización de las actividades económicas.
Llegado ese momento, es cuando emergen las diferencias entre los alimentos y los combustibles. Según informes al respecto, el retorno progresivo a los niveles anteriores del suministro de alimentos, aunque afectado por los daños a la infraestructura provocados por las hostilidades, puede ser más rápido que para los combustibles, estos últimos estrechamente vinculados a las sanciones impuestas a los rusos, las cuales no parecen susceptibles de ser levantadas a corto plazo. Si esa diferencia se confirma, es posible que la escasez de los alimentos se reduzca sin que la situación de los combustibles mejore.
Se trata en todo caso de estimados preliminares, formulados con un alto grado de incertidumbre, pues la oferta mundial de alimentos es influida por múltiples factores, y está ligada al petróleo por la vía de los insumos y el transporte.
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