Existe un refrán popular que dice que lo que es de todos no es de nadie, quizás una variante de ese otro que proclama que mal de muchos, consuelo de tontos. Ese concepto tiene como fundamento el egoísmo que se presume prevalece en la actualidad, el cual conduce a que las personas no se preocupen por lo que no es suyo. Evidencias de esa actitud las hay por todos lados en nuestro país. Basta ver el trato que se le da a las propiedades públicas, incluidos parques, calles, escuelas e instalaciones deportivas, para constatar que la conservación de los bienes de uso colectivo no despierta mayor interés en muchos, si no la mayoría, de quienes los utilizan.
El mal ejemplo viene desde arriba. Salvo unas pocas excepciones, nuestras empresas y dependencias oficiales no se destacan por su compromiso con los bienes de uso comunitario. Es tan extrema su renuencia al respecto que aun situaciones que les pueden afectar directamente, como el estado de las vías de acceso a sus instalaciones, o la disposición de desechos en su entorno, no les mueven a actuar en busca de soluciones, sólo porque entienden que esos problemas les tocan a otros resolver.
La percepción de las propiedades públicas como algo que es ajeno revela una de las más flagrantes y perjudiciales deficiencias del sistema educativo dominicano. Valorado como un rasgo favorable al esfuerzo propio y, por ende, al crecimiento económico, el individualismo es una característica que debe ser aprovechada en defensa de los bienes colectivos. En lugar de tratar de suprimir el comportamiento individualista, como sucede en algunas prácticas religiosas orientales, la educación debe enrolar su apoyo, propiciando y difundiendo el conocimiento acerca de la incidencia de las propiedades públicas en la vida personal. Y, sobre todo, creando un clima de censura contra los que no las respetan, el cual debe ser complementado por un régimen de sanciones de alta visibilidad.