A veces tenemos algo y no le damos importancia, pero más adelante, cuando las circunstancias varían, encontramos que nos hace falta. Y puede suceder que entonces no lo tengamos. Podemos preguntarnos dónde está el ahorro ahora que lo necesitamos. Llevamos meses y años promoviendo los gastos. Con escasas excepciones, a lo que nos exhortan las instituciones financieras es a que compremos bienes y servicios usando sus tarjetas de crédito en tiendas, ferias, bares y restaurantes. Nada, o muy poco, se dice en cuanto a ahorrar para el futuro, lo que no es nada extraño, dado que las tasas de interés han sido negativas desde hace tiempo.
Pero la situación ha cambiado y nubes oscuras están apareciendo en un cielo previamente prometedor. La economía del país se encuentra amenazada por una combinación de factores adversos. Está sometida a los efectos del alza de precio de los combustibles y alimentos que importamos, que ha obligado al Gobierno a dedicar recursos a la concesión de subsidios. La inflación golpea los presupuestos familiares. Los trastornos en las cadenas mundiales de suministro reducen las disponibilidades de productos. Y a esos peligros se suman otros, como el encarecimiento de las materias primas, el aumento en el costo de las colocaciones de valores en el mercado financiero internacional, y el progresivo deterioro de la seguridad en Haití.
La necesidad del ahorro proviene de su empleo como fuente de recursos para la inversión privada, la cual debe suplir, y ha estado supliendo, las inversiones públicas que han tenido que limitarse para poder cubrir las erogaciones corrientes. No haberlo promovido, sin embargo, nos ha llevado a depender del ahorro obligatorio, vía las AFP, para financiar algunos sectores, aunque en su mayoría los recursos han sido utilizados por el Gobierno y para fines de política monetaria y cambiaria. Sin una fuerte base de ahorro voluntario y en un contexto adverso, es difícil combinar el crecimiento con la estabilidad.
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