Llegar a la vejez sin seguridad económica es como lanzarse al mar sin saber nadar. Para sobrevivir, la persona tendrá que depender de la ayuda de quienes estén a su alrededor, nadadores expertos en un caso, o programas de auxilio económico y aportes de familiares y amigos, en el otro caso. Y muchos que creían tener la seguridad de que iban a recibir una pensión, vieron sus esperanzas frustradas al disolverse o quebrar los planes de pensiones de las empresas y organizaciones para las que laboraban.
El sistema de pensiones basado en la capitalización individual procuró subsanar esa deplorable situación, especialmente para los jóvenes. En lugar de depender de que sus empleadores continuaran operando y honraran sus compromisos, el sistema los liberaría de esas contingencias. Tendrían cuentas a su nombre, administradas profesionalmente, y sabrían, en todo momento, cuánto dinero tendrían ya acumulado. Como el monto de sus pensiones estaría vinculado al balance de sus cuentas, sería de su interés que aumentara lo más posible, sea por medio de aportes adicionales, o por vía de los rendimientos obtenidos. Y era improbable que si fuesen a invertirlos por sí mismos en forma conservadora, pudiesen conseguir retornos similares a los que las entidades administradoras recabarían sobre los grandes volúmenes manejados. Lo que ellos no podrían hacer, salvo circunstancias muy excepcionales, sería tener acceso al dinero antes de llegar a la edad de retiro.
Por lógica no debería suceder que los afiliados prefiriesen retirar su dinero anticipadamente, estando su futuro en juego. Pero eso es lo que ha pasado en varios países latinoamericanos, habiendo disminuido ya los fondos en algunos lugares. Es posible atribuir esa preferencia a que el sistema no ha sido promovido y explicado adecuadamente. Pero hay quienes señalan que en economías de desarrollo intermedio, es normal que sea más intenso el predominio del presente cierto sobre un futuro incierto, sin que eso justifique los retiros.
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