Hemos mencionado que en algún momento futuro las emisiones de gases contaminantes podrían ser consideradas como un acto de agresión. Los países calificados como recalcitrantes, que rehúsen tomar medidas para disminuir sus emisiones, estarían no sólo perjudicándose ellos mismos, sino también a los demás. Dado que la atmósfera es común para todos, es imposible confinar las consecuencias del cambio climático causado por la contaminación a fin de que únicamente lesionen a los responsables, hecho éste que invita a que otros afectados eventualmente decidan obligarles, por el medio que sea necesario, a que varíen su comportamiento.
El sentido de justicia estaría ausente en ese caso. Los países, especialmente los que tienen formas para coaccionar a otros, tienden a basar sus respuestas en los acontecimientos del presente. Lo que ocurrió en el pasado queda atrás y parece no ser relevante.
La historia detrás del calentamiento global es que los responsables han sido las naciones económicamente desarrolladas. Durante décadas y siglos apuntalaron su expansión económica sobre prácticas y tecnologías que provocaron la actual acumulación de gases en la atmósfera. Ahora perciben con creciente fuerza que su bienestar está en peligro debido a esa situación, por lo que la presión popular para actuar se irá acentuando, y cuentan con recursos para ese propósito.
El resultado, según muestran las proyecciones contenidas en varias evaluaciones, será que la contribución porcentual del mundo en desarrollo, incluyendo a nuestro país, al incremento en las emisiones contaminantes, aumentará progresivamente, y ésa será la realidad que la población de los países avanzados percibirá, no la historia de lo que antes sucedió.
Es improbable que esa actitud conduzca a que se resuelva subsidiar a las naciones pobres para que no hagan lo mismo que ellos hicieron. La vía inicial ha sido dejar de financiar el uso del carbón para la generación de energía. Y luego puede pasarse al ámbito de las sanciones.
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