Tener más dinero tiene poco o nulo impacto duradero en la felicidad, según comprobaron los investigadores.
Sin embargo, las personas todavía creen que el dinero hace a la felicidad y por eso sueñan todavía con ganarse la lotería, ¡como si esa fuera la solución a todos sus problemas!
Entonces, ¿las personas siguen pensando en volverse ricos porque están mal informadas o porque las motiva algo más que la búsqueda de la felicidad?
En el ensayo If money doesn't make us happy, why do we act as if it does? (2008), el profesor de Marketing del College of Business en la Universidad de Michigan-Dearborn Aaron Ahuvia explica que hay tres factores principales que hacen que las personas quieran ganar más dinero, aunque eso no les garantice la felicidad.
El primero es que la felicidad no el único objetivo consciente que las personas se proponen. El bienestar subjetivo es solo un valor entre muchos otros.
En segundo lugar, cuando las personas toman decisiones para maximizar sus ganancias, es porque sobrevaloran las recompensas a corto plazo que proporcionan los ingresos.
En tercer puesto, la toma de decisiones está ligada a tres deseos evolutivos, no siempre sincronizados con los valores personales. El consumo se usa para:
- Almacenar recursos
- Ser sexualmente atractivos
- Administrar la identidad y las relaciones sociales
Para el experto en la relación entre ingresos, materialismo y felicidad reconocido internacionalmente, la clave está en este último punto.
La mayoría de las personas usan el dinero y el consumo como herramienta social. Creen que si tienen más ingresos podrán formar amistades más fuertes, por ejemplo. No obstante, no existe un aumento del bienestar subjetivo, sino todo lo contrario.
¿Por qué creer que el dinero hace a la felicidad es un problema tan grave?
Este tipo de materialismo es psicológicamente nocivo para los propios consumidores, pero es aún peor para el resto del mundo. Los impactos negativos se pueden apreciar en la degradación ambiental o la explotación del trabajo con salarios bajos.
Activistas preocupados por el bienestar del consumidores y activistas preocupados por los aspectos ecológicos del consumo se enfrentan en lo que Ahuvia llama el ‘dilema de Rolex’.
‘Un Rolex de acero inoxidable puede costar más de seis mil dólares, y es funcionalmente inferior a un reloj de cuarzo de cuarenta dólares. Por lo tanto, para las personas preocupadas por el bienestar subjetivo de los consumidores, el Rolex es un ícono de lo que está mal con el consumo competitivo de alto estatus. Por otro lado, para un ecologista, un Rolex es una buena recomendación. Hay pocas maneras en que uno puede gastar seis mil dólares y tener un menor impacto ecológico que comprar un Rolex de acero inoxidable, hecho a mano por artesanos expertos y bien remunerados', Ahuvia argumenta en la investigación publicada en Journal of Economic Psychology.
Además, agrega: 'Desde una perspectiva ecológica, podría tener sentido redirigir el consumo de estado hacia bienes como un Rolex, en lugar de luchar directamente contra la fuerte tendencia humana hacia el consumo de estatus. Por supuesto, dar seis mil dólares para financiar la recuperación ecológica es mejor para el medio ambiente que comprar un Rolex’.
Si el dinero no nos hace felices, ¿por qué actuamos como si lo hiciera?
El ensayo sugiere que las personas se sienten demasiado atraídas por las recompensas a corto plazo, y que sus acciones están impulsadas por sus deseos evolutivos aunque sean negativos para el bienestar subjetivo personal.
En resumen, las personas consumen porque creen que el dinero mejorará su identidad y sus relaciones sociales. Incluso si ya han comprobado que no es así, ese sigue siendo el mayor motor del consumo.
Por ahí llegó el momento de reflexionar: ¿Te identifica más como persona lo que tienes materialmente que lo que eres por dentro? ¿Por qué le damos tanto valor a la imagen? Si los individuos logran cambiar cómo se ven a ellos mismo y al resto, tal vez consigan cambiar sus hábitos de consumo.
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