Aunque es habitual que en las elecciones estadounidenses de medio término el partido gobernante pierda parte de su apoyo, un retroceso significativo es considerado como un rechazo al presidente y su equipo administrativo.
En los comicios de este año, el partido demócrata perdió el control de la Cámara de Representantes, en la que antes contaba con una cómoda mayoría. En circunstancias normales, un retroceso de esa dimensión hubiera sido visto como un fracaso para la administración del presidente Biden, dada la incidencia que la popularidad y la tasa de aprobación del presidente tienen sobre las perspectivas electorales de los senadores, representantes y gobernadores. Sin embargo, a pesar de la pérdida, el presidente y otras figuras demócratas presentaron el resultado de los comicios como una victoria para ellos.
Haber podido convertir la derrota en victoria se debe a la comparación entre lo que ocurrió y lo que se esperaba que sucediera. En los días previos al evento electoral se hablaba de una marea roja, haciendo alusión a un probable triunfo demoledor de los republicanos. Hasta los analistas cercanos a los demócratas compartían esos puntos de vista, se afanaban por identificar los errores que causaron lo que iba a acontecer, y se referían al impacto que la debacle tendría sobre la posibilidad de que Biden optara por ser candidato a la reelección en el 2024. Como la debacle no se materializó, los demócratas pudieron declarar su satisfacción, mientras los republicanos tuvieron que reflexionar acerca de los motivos que impidieron que la marea se produjese.
También en empresas puede llegar a darse como seguro el logro de metas triunfalistas, lo que constituye un riesgo para sus ejecutivos. Si los objetivos alcanzados quedan por debajo de las metas esperadas, puede surgir la percepción de que algo se hizo mal, o no se hizo, aunque los resultados hayan sido buenos, siendo en ocasiones los propios ejecutivos los responsables de haber promovido ese optimismo exagerado.
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