Los “activos” de los bancos están compuestos por una amplia variedad de cosas, entre ellas dinero en efectivo, préstamos por cobrar, valores adquiridos, edificaciones y equipos. Pero el más importante de todos no aparece en sus registros contables ni en sus estados financieros. Es la confianza que sus clientes e inversionistas les tienen.
El problema con la confianza es que puede desvanecerse velozmente. Como se trata de dinero y las personas no quieren perderlo, un rumor puede causar una reacción del público mucho más allá de lo razonable. Es por eso que ante cualquier indicio de desconfianza en los sistemas bancarios, los bancos centrales aplican medidas para dar liquidez a los bancos y tranquilizar los ánimos. Por ejemplo, en el caso de los dos bancos que colapsaron en los EE.UU., el gobierno respondió garantizando los fondos de todos los depositantes, estuvieran o no estuvieran asegurados, e igual hizo el banco central suizo en el caso del Credit Suisse.
Esas medidas protegen a los depositantes e indirectamente a los inversionistas en títulos de deuda de los bancos. Dejan fuera, no obstante, a quienes han invertido en acciones. No se sabe cuánto recuperarán los accionistas de los dos bancos estadounidenses. Y en cuanto al banco suizo, de ocho mil millones de dólares que valía un viernes, se vendió en apenas 3,150 millones el lunes siguiente.
Eso significa que aun si se otorga protección a los depositantes y adquirentes de títulos de deuda, pueden ocurrir desplomes abruptos en el valor de las acciones, tanto de los bancos afectados como de otros, si los accionistas creen que el valor de las acciones declinará. Esto así pues frente esa perspectiva, ponen en venta sus acciones antes de que bajen, o sigan bajando, de precio.
En ese sentido, como factor desestabilizador, los pánicos entre los depositantes son en principio más graves que los que se limitan a los accionistas, pero estos últimos también pueden transmitirse a otros bancos y poner el sistema en peligro.
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